miércoles, 20 de octubre de 2010

¿Con qué criterios debemos evaluar la escuela?

Desde hace unos años, especialmente desde el famoso informe PISA, las evaluaciones externas de la escuela están adquiriendo un especial protagonismo. Mi centro es uno de los que en la actualidad está siendo evaluado por la Inspección educativa, y eso está creando un poco de revuelo. Sobre todo, porque nadie se ha reunido con el claustro todavía para comunicar de qué evaluación se trata, y porque las experiencias que llegan de otros centros son muy diversas: desde inspectores que llegan reclamando hasta el último informe y entran en clase con ceño inquisidor, a otros que dialogan, señalan errores y aconsejan mejoras. Otro compañero nos comentaba que al final de la evaluación de su centro, el resultado fue que, mientras el equipo directivo tuvo una buena valoración, el profesorado recibió un triste suspenso (4). Como en las pruebas de diagnóstico, la inspección no parece interesada en materias que no sean las instrumentales, por lo que no interesan demasiado materias como la filosofía. Lo cierto es que por ahora nos están llenando de formularios. Desde el equipo directivo nos llegan algunos comentarios, a veces confusos, sobre las decisiones de nuestra inspectora. Nos entregan formularios para valorar el trabajo del equipo directivo, y el funcionamiento de nuestro centro, que debemos entregar a nuestro equipo directivo. Nos resulta sorprendente el nivel de exigencia de la inspección por la redacción de las programaciones y las actas de reuniones, y su sempiterno desinterés por el exceso de alumnado por clase, la falta de medios, o la permanencia del viejo aulario prefabricado en el que todavía se imparten clases. Un artículo de M. A. Santos Guerra, catedrático de pedagogía en la Universidad de Málaga, en Cuadernos de Pedagogía, nº 397 (Enero 2010) nos habla de "los peligros de la evaluación". Santos Guerra parte de la necesidad indiscutible de saber cómo funcionan las escuelas y dar cuenta a la sociedad del trabajo que éstas realizan y del que son responsables. Pero también señala que es necesario evaluar para comprender, para mejorar: "Hay que explicar, preparar, aplicar de forma razonada, devolver la información bien matizada, evitar efectos secundarios no deseados, eliminar comparaciones injustas...". Uno de los riesgos, señala, es el de que la finalidad sea exclusivamente obtener buenos resultados en la evaluación, sin atender a los procesos conducentes a ellos. Otro de los riesgos es la reducción del currículo evaluable, del que se suele excluir otras dimensiones del currículo como la educación física, la educación en valores o la coeducación: "Como se pretende mejorar los resultados, puede suceder que todo se acomode en el centro para que así sea. Que se dé prioridad a estas parcelas (las áreas de lengua y matemáticas) y que, de ellas, se potencie fundamentalmente la estrategia de logro. Puede darse el caso de que se abandonen interesantes proyectos formativos porque distraen del empeño prioritario de cultivar los campos de evaluación".
Las pruebas evaluadoras, además, están estandarizadas con lo que se hace más difícil comparar centros y realidades incomparables, lo que provoca que la manipulación de los resultados de estas pruebas sean utilizados contra la escuela pública, "sin hacer explícita la trampa de que las condiciones de partida de los alumnos y alumnas de unos centros y otros son muy diferentes". Por eso, señala Santos Guerra, no se trata de oponerse a una evaluación exigente, sino a una evaluación tramposa.
Otro gran problema es el que estas pruebas evaluadoras sólo miran hacia abajo. Si ya hemos culpabilizado bastante al alumnado del fracaso del sistema educativo (se pide reforzar la "cultura del esfuerzo" y la disciplina), ahora le toca al profesorado, a los que se responsabilizará de manera exclusiva de los resultados en su aula o en su centro. Al profesorado, al claustro de profesores, se le quitan competencias en la organización de su proceso de trabajo, mediante el fortalecimiento del papel del director y las medidas impuestas desde la administración. Pero a la vez se le exigen responsabilidades crecientes respecto a una cuestión que algunos parecen descubrir recientemente, el fracaso escolar, la inadaptación de la escuela a la realidad (a pesar de la mejora, en muchos aspectos, de nuestro sistema educativo durante las últimas décadas). Las evaluaciones se prescriben casi siempre de forma jerárquica y descendente. Pero, "¿por qué no se evalúa más de forma ascendente? Es decir, que el alumnado evalúe al profesorado, el profesorado a los directores, los directores a los inspectores y los inspectores a las autoridades de las que dependen. El sentido descendente de la evaluación no es inocente. La jerarquía se acentúa en todas las fases de su desarrollo. En la iniciativa, en la metodología, en la utilización del conocimiento y en las consecuencias de la misma".  Se trata, en definitiva, de "hacer aquellas evaluaciones que nos ayuden a comprender y a mejorar lo que hacemos".

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