domingo, 16 de enero de 2011

Pensamiento y crisis económica

Como ha expuesto Randall Collins, en su ambicioso estudio sobre la Sociología de las filosofías (2003:521-523), existen etapas de estancamiento de la comunidad intelectual que pueden presentarse en épocas de abundancia material, de expansión de la producción cultural. No se trataría tanto de falta de calidad de las ideas o de inteligencias, sino de la estructura de las comunidades intelectuales y sus cimientos materiales. Un ejemplo sería la expansión y descentralización del mundo académico desde 1950 (y la consiguiente inflación de títulos), junto a la superposición piramidal de la producción intelectual en el campo de los mercados comerciales de la cultura popular; producción intelectual que se ha vuelto autorreflexiva e irónica, cuando no ha conducido al exhibicionismo nihilista. La desmoralización intelectual de fines del siglo XX, la crisis de los grandes relatos y la aparición del pensamiento débil serían así reflejo del “pesimismo y la duda de sí misma de la comunidad intelectual”, reflejado en el pensamiento posmoderno, enmarcado en “una ideología de productores culturales en una estructura de mercado altamente piramidal donde nada de lo que hay a primera vista parece tocar tierra firme”.
    En nuestros días, como a finales del cristianismo medieval, se darían, en interacción, tres tipos de estancamiento: una pérdida de capital cultural (marcado por la incapacidad de edificar de manera constructiva sobre los logros de los predecesores), un culto de los clásicos (reflejado en el historicismo y el academicismo de nota a pie de nuestros tiempos), y el refinamiento técnico (demasiado refinado para viajar bien al exterior). La condición estructural de nuestro campo intelectual, marcado por la proclamación del “final de las ideologías” y el “pensamiento único”, es, según Collins, la “pérdida de un centro de conflictos que se entrecruzan, pérdida del pequeño círculo de círculos en el que puedan ser focalizados nuestros debates. No es un centro de acuerdo lo que falta. Los periodos creativos intelectuales nunca lo tuvieron. Lo que se ha perdido es un nexo en el que se tensen los desacuerdos, el espacio de atención limitado que históricamente ha constituido el generador de fama creativa”.

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